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Ace Frehley y la historia de una camiseta

17/10/2025

Ace Frehley siempre ha sido, es y será mi miembro de KISS favorito. Esto podría no parecer gran cosa ahora teniendo en cuenta lo rematadamente mal que me han acabado cayendo con el tiempo Paul Stanley y sobre todo Gene Simmons, como personas, puntualizo, pues como músicos nunca dejaré de admirarles y estarles agradecido. Pero teniendo en cuenta lo mucho que KISS significaron para mí durante mi despertar y formación rockera, ese momento mágico en el que no dejas de descubrir bandas y artistas tan alucinantes que eres consciente de que te están cambiando la vida, y que la primera de las dos veces que pude verles en directo fue uno de los mejores conciertos y seguramente uno de los mejores días de mi existencia, pues igual se puede entender mejor cuánto apreciaba al viejo Ace y lo dolorosísima que me resulta hoy su muerte. En realidad no fue sólo ese 25 de junio de 1997 (jamás olvidaré la fecha), sino que toda aquella época fue, y ahora lo aprecio mucho más echando la vista 28 años atrás, un tiempo rematadamente feliz.

La primera gira de reunión de KISS en 17 años con su formación original (Paul Stanley, Gene Simmons, Ace Frehley y Peter Criss), el maquillaje y todo el espectáculo y la parafernalia que traían a cuestas, tendría que haber llegado a Madrid a finales de noviembre de 1996. La noche antes del concierto, sin embargo, se comunicó el aplazamiento del show debido a la huelga de transportistas franceses que había impedido a los camiones de la banda cruzar la frontera para llegar a nuestro país. Yo me enteré escuchando la radio, que es como nos enterábamos entonces de las cosas. La Emisión Pirata o el Disco Cross, alguno de ellos daría la noticia, pues en aquellos años los amantes del rock teníamos donde elegir, aunque a día de hoy nos suene casi a ciencia ficción. Aquello dolió como una puñalada en el mismísmo corazón. Pero quiso la casualidad, yo lo veo casi más como cosa del destino, que la nueva fecha, ese 25 de junio del año siguiente, coincidiera con el miércoles en el que había de terminar mis exámenes de selectividad. Así que cuando esa noche me planté, acompañado por mi amigo Diego, en el Palacio de los Deportes, era un chaval de 17 años absolutamente eufórico con las ganas y la ilusión por las nubes. Y la banda, cómo no, respondió y estuvo más que a la altura de tan altas expectativas.

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«The Midnight» y la nostalgia ficticia

03/10/2025

Fue tan bonito el concierto que ofrecieron los angelinos The Midnight en La Riviera madrileña, este jueves 2 de octubre de 2025, que se les perdona que más de un tercio del setlist se centrara en un álbum que, cuando se celebró el show, aún no había sido publicado. Tocaron siete temas (de un repertorio de 18) de «Syndicate», disco del que sí, conocíamos ya seis singles de adelanto, pero de los cuales sólo sonaron tres. Esto podría ser una decisión muy cuestionable para cualquier banda, pero a los (para mí) reyes indiscutibles del synthwave la jugada les salió bastante bien. A The Midnight debí descubrirles allá por finales de 2017, cuando me pegó muy fuerte por el rollo synthwave, hasta el punto de que pude pasarme semanas y semanas prácticamente sin escuchar otro tipo de música. Puedo fechar fácilmente cuando me metí aquel atracón porque una de las primeras playlists que creé en mi perfil de Spotify, titulada muy oportunamente #SYNTHWaVeaCHoLóN, fue abierta en noviembre de 2017. De aquella fiebre, los que más destacaron desde el principio, los que más han perdurado y los que ya seguro que nunca se irán, fueron The Midnight.

Pero.. ¿Synthwave? ¿Qué coño es eso del synthwave? Pues, resumiéndolo mucho, es un género actual pero marcadamente retro y nostálgico de los 80, tanto en lo musical como en lo estético, con muchos sintes, como bien indica su nombre, sus buenas baterías electrónicas y una buena profusión de solos de guitarra y saxo. Es una música, y en esto The Midnight cumplen a la perfección, que en teoría te transporta irremediablemente a aquellas noches veraniegas (por lo que sea, la noche y el verano son otros de los elementos icónicos esenciales y muy recurrentes en el synthwave) de los años 80… lo que pasa es que mis años 80, o tal y como yo los recuerdo, no se parecían en nada a aquello que evocan las canciones de The Midnight. Mis noches veraniegas ochenteras en el pueblo sonarían más bien a Mecano, Duncan Dhu, si acaso Rick Astley o Pet Shop Boys, olerían a vaca y aftersun, y se verían más como «El coche fantástico» o «El equipo A» en una tele de pantalla minúscula en blanco y negro.  The Midnight, en cambio, me hacen viajar a las noches veraniegas ochenteras de una Los Angeles que no existe y probablemente nunca existió, iluminada permanente por luces de neón, ambientada por el olor a gasolina de los descapotables que arañan y dejan su marca en el asfalto, y poblada por chicas de pelo cardado y piernas larguísimas, y macarras con sus enormes radiocasettes de doble pletina (loros, los llamábamos aquí) sentados a la puerta de los recreativos, perdón, del arcade.

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Ozzy y mis (tres) joyas de la corona

25/07/2025

Fueron tantas las veces en las que Ozzy podría, debería haber muerto, era tan imposible que la muerte no le hubiera alcanzado nunca, que muchos ya pensábamos que lo imposible era que pudiera morir. Le creíamos ya inmune a la Parca, como en su momento y durante muchos años nos pasó con su amigo Lemmy y nos sigue pasando a día de hoy con Keith Richards (crucemos los dedos). Hace un par de semanas, después de ver imágenes del macroconcierto con el que, acompañado de toda la plana mayor del heavy metal, se despidió de todos nosotros, le comenté a mis colegas del Cadillac en nuestro grupo de WhatsApp (pese a la patente inactividad de este blog, sigue tan vivo como el primer día) que me parecía que Ozzy había llegado a la cita por los pelos. Pero “por los pelos” me refería a que pudiera estar en condiciones de plantarse delante de 50.000 personas y cantar, más mal que bien, durante poco menos de una hora. No imaginaba que mi vaticinio fuese tan certero y que, tras apagarse los focos del escenario, su vida también se iba a apagar tan pronto y definitivamente, apenas 17 días después. Hasta en eso se salió con la suya: el cabronazo consiguió despedirse por todo lo alto y con las botas puestas, disfrutando en vida del homenaje que sin duda alguna le habrían brindado tras su muerte.

Este post nace, en realidad nació hace unas horas, como una simple publicación en mi instagram. Pero el texto fue creciendo tanto, las ideas se fueron acumulando de tal manera, que me di cuenta de que su espacio natural, donde más sentido tenía, bien podría ser en este blog. Un blog en el que ya hemos tenido que homenajear muchas veces, muchas más en todo caso de las que hubiéramos querido, a demasiados de nuestros ídolos caídos. Nunca es la mejor de las señales que sea una muerte, una muerte que nos duele muchísimo, la que nos haga de nuevo coger las llaves para sentarnos en nuestro tan amado Cadillac para darnos una vuelta más, pero qué demonios, si no lo hacemos por Ozzy… Por ese Ozzy que ha significado tanto, para tantísimas personas. Y son tantos los homenajes que podríamos hacerle que quiero centrarme en algo muy concreto, pues esa era en esencia aquella publicación inicial en mis propias redes sociales: un repaso, no demasiado sesudo, de las tres mayores joyas que atesoro sobre Ozzy. Y por qué son tan preciadas para mí, pues en realidad es lo único que cuenta.

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«Perverts» de Ethel Cain: el eco de la culpa y la resonancia de lo terrenal

13/01/2025

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Me re-presento. Me llamo Irene y solía escribir a menudo en este rincón de internet que es El Cadillac Negro. Mucho ha transcurrido desde mi último post, cuyo contenido, dicho sea de paso, ni siquiera recuerdo. Pero hay algo inherente a los momentos en los que una tiene una revelación, y es el hecho de que llegan sin avisar, a veces de las formas más extrañas y durante un paseo nocturno, tratando de terminar la semana en un estado mental medianamente sosegado. Una revelación que hoy ha llegado al escuchar por primera vez, porque era la ocasión idónea, un disco que lleva cinco días publicado y que esperaba con ganas, Perverts, de la grandísima Ethel Cain.

No he seguido a Ethel Cain desde el principio de los (sus) tiempos, la artista logró captar mi atención gracias a una recomendación de Spotify (porque, a veces, podemos decir eso de «bendito Spotify» sin miedo). Toda esa cantinela de no juzgar un libro por su portada está muy bien y más vale llevarla guardada en el bolsillo, por aquello de no perdernos alguna que otra obra de arte que lleve un envoltorio más de andar por casa. El caso es que servidora, a este libro concreto, lo juzgó por la portada. Concretamente por la de Inbred, uno de los EP anteriores a su álbum debut, Preacher’s Daughter. No sé qué vi, pero ese crucifijo, esas paredes de madera, ese gesto severo de la cantante, ese cuello vuelto, esa marca en la frente… me llevaron a un millón de ficciones de terror sobre hogares represivos y a un millón de historias enmarcadas dentro del gótico sureño que me resultaron completamente irresistibles. Así que escuché todo lo que la plataforma antes mencionada me ofreció. El resto es historia.

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St. Vincent en Madrid: Annie Clark, que estás en el cielo

21/10/2024

Probablemente gane más dinero al año por sus royalties como coautora de «Cruel Summer» de Taylor Swift que con cualquiera de sus proyectos, discos o giras propias. Poco importa eso cuando su «All Born Screaming» es sin discusión uno de los discazos del año. Un disco cuyos temas sabíamos además que ganarían muchísimo con el directo… ¿PERO TANTO? Llegaba a Madrid precedida de una crónica de su concierto en Barcelona titulada «St. Vincent es la diosa del rock de nuestra era» y aún ahora no sé si fue una exageración o si se quedó corta. Tras el breve pero intenso y muy bien recibido show de la telonera Anna B Savage, una «vieja» conocida en este mismo blog (por eso no quisimos perdérnosla), Annie Clark salta al escenario de La Riviera con unos minutos de retraso y es una salida en falso porque su micro (ningún micro) funciona. Regreso a camerinos y tras unos minutos de confusión nueva salida y ésta ya sí es una salida triunfal. La voz de Annie suena de maravilla y todos los instrumentos suenan también a la perfección, y así habrá de ser durante las casi dos horas siguientes.

Annie canta fenomenal. Annie se cuelga la guitarra y de ella extrae unos riffs y unos solos marcianísimos. Annie recorre el escenario con aspavientos y muecas teatrales. Annie se acerca a las primeras filas y canta desgañitándose a escasos centímetros de la cara de sus fans. Les coge de las manos. Annie pasa de hacerse arrumacos con su bajista a poco después lanzarse guitarra en ristre sobre su otro guitarrista. Ambos caen al suelo y comienza un solo de batería (rara avis, y casi para bien, en los tiempos que corren) y sólo cuando éste termina, unos cuantos minutos después, nos damos cuenta, cuando Annie se levanta, de que lleva allí, tirada sobre el escenario, todo ese tiempo. Annie hace un intento de surfear sobre las masas y aunque no dura demasiado la gente lo celebra igualmente. Annie lanza un par de discursos e incluso canta algunas estrofas en castellano y aunque no le sale muy bien la gente lo celebra igualmente. Se agradece el esfuerzo. Annie habla de lo mucho que ama a España, nuestro idioma, las pinturas negras de Goya (cómo no creerla, viendo la estética de su último álbum). Annie muta sobre el escenario. Ahora parece el ser más dulce y candoroso del mundo, ahora es una pantera. Ahora encuentra el punto de cercanía exacto con su público para que nos sintamos no en La Riviera, sino en la intimidad de un pequeño bareto, ahora agiganta su figura y la creemos totalmente capaz de manejar a su antojo la audiencia de un gran pabellón, un macrofestival o un estadio. Ahora es una chamana convocando espíritus ancestrales, ahora es tu amiga del alma del instituto. Ahora da miedo, ahora te dan ganas de abrazarla. La banda también es fantástica, tanto cuando tiene que bordar las secuencias más art-rock del show como cuando se desmadra en arrebatos genuinamente punks. Annie se despide tras el recital emocionada y se percibe una emoción auténtica, como todo en ella. Annie llegó para cantarnos sobre lo cerca que estamos del infierno y acabó elevándose al cielo (de Madrid). Annie, gracias y qué gran noche. Hasta la próxima.

(Pinchad en leer más para más fotos y vídeos)

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«Joker: Folie à deux»: la broma asesina

15/10/2024

 

 

«Joker» (2019) dejó una marca indeleble en la cultura popular por su representación cruda y desquiciante de la mente de Arthur Fleck, un hombre marginado y mentalmente enfermo que se convierte de la noche a la mañana en el criminal más famoso y perseguido. La película fue alabada por su estilo visual, su inquietante atmósfera y, sobre todo, por la actuación de Joaquin Phoenix. Desde su exitosa presentación en el Festival de Venecia, la pregunta recurrente siempre había sido si tendría una secuela. La respuesta por parte de su director (Todd Phillips) y su actor principal (Joaquin Phoenix) siempre fue negativa. Cinco años y mil millones de dólares en taquilla después, aquí estamos analizando la recién estrenada secuela. Película a la que las expectativas y las polémicas rodearon a partes iguales desde el mismo instante en el que se anunció su producción. Aumentando exponencialmente las mismas cuando se confirmó que sería un musical.

Desde un principio, Todd Phillips estuvo en contra de la idealización del personaje de Arthur por parte de la sociedad. Su película nada tenía que ver con un príncipe payaso que se rebela contra el sistema que lo creó. Aún así, algunos enarbolaron la imagen del personaje a la hora de ensalzar actitudes antisistema que nada tiene que ver con una sociedad moderna y civilizada. Por lo que ahora tenía una oportunidad de dejar bien claro que el foco de atención de su película es y siempre ha sido Arthur. Haciendo al personaje bajar a la realidad de nuestros días, humanizándolo de todas las formas posibles. De hecho, la más que predecible reacción de buena parte del público, es una baza que Phillips utiliza a su favor para dar un giro radical a la fórmula. La secuela no es simplemente una continuación de la historia de Fleck; es una reinvención que desafía las expectativas del público. Esta segunda entrega es ahora un musical oscuro, extraño y experimental que se adentra aún más en la psique fracturada de Arthur Fleck; mientras introduce a un personaje clave en su evolución: Harleen Quinzel, interpretada por Lady Gaga en una más que evidente referencia al personaje de Harley Quinn. Este enfoque no solo reta a las bases tradicionales del género; sino que remarca las preguntas que Phillips planteó en la primera película sobre la salud mental, la violencia y la naturaleza de la identidad. Preguntas que quedaron en gran parte eclipsadas aquel año por el peso y atención que concentraba un Joker sólo identificable en los últimos instantes del film.

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“Perdidos”: 20 capítulos para celebrar 20 años

13/09/2024

Si Oasis han sido capaces de regresar, ¿por qué no habría de hacerlo El Cadillac Negro? Más allá de la broma, en el caso de este blog en realidad no se trataría de un regreso, primero porque este nuevo post no significa que vaya a haber o no más o menos continuidad a partir de ahora, y segundo y más importante, porque no podemos regresar cuando en realidad nunca nos fuimos. Evidentemente, la inactividad prolongada lleva como consecuencia lógica e inevitable que hayamos ido cayendo para muchos en el olvido, pero como señalamos en la entrada en la que celebramos nuestros 10 años y un día en la carretera, este Cadillac nunca ha estado (oficialmente) muerto, sino que lo dejamos «aparcado y cubierto con una mantita en un garaje, con mucho kilometraje ya en sus ruedas y algunas de sus piezas un poquito oxidadas, pero aún listo y a punto por si a alguno de sus conductores le da de vez en cuando por sacarlo a pasear. Siempre que a cualquiera de nosotros le apetezca darse el gustazo de sentarse en el asiento del conductor y acariciar su volante, el Cadillac seguirá ahí para nosotros». Desde que publicamos esas líneas, en el ya lejano febrero de 2022, sólo ha salido para un par de excursiones, la más reciente en octubre de 2023, pero ésta, que será la tercera, definitivamente era una oportunidad que no podíamos dejar pasar. Cuando fundamos este blog en febrero de 2012 teníamos claro que nuestros pilares serían la música, el cine y por supuesto las series, que entonces eran lo más de lo más y, qué cosas, lejos de pincharse la burbuja casi 13 años después lo siguen siendo. Y si teníamos pensado escribir sobre series, cómo no íbamos a acabar escribiendo en algún momento sobre «Perdidos» (o «Lost», indistintamente), cuando fue la que para nosotros lo empezó todo, siendo seguramente en muchos sentidos y en determinados aspectos la serie más importante de la historia (ojo, no digo la mejor, porque eso es debatible y además nunca nos ha gustado pronunciarnos en esos términos). El caso es que fueron pasando los años, fuimos escribiendo sobre tropecientas series, es cierto que casi siempre muy apegados a la actualidad, pero aunque también abordamos en no pocas ocasiones algunos de nuestros shows favoritos ya finalizados, de forma retrospectiva, «Perdidos» nunca llegó a asomarse por este blog. ¿Cómo fue eso posible? ¿Por qué cometimos semejante «traición»? ¿Puede ser que nos dejáramos influir por esa corriente negativa (y, luego lo abordaremos, a mi parecer muy injusta) que acabó rodeando la serie tras su finalización? ¿O quizás «Lost» siempre nos impuso demasiado y nunca tuvimos el coraje de homenajearla temiendo no estar a la altura? ¿Es posible que no supiéramos muy bien cómo hacerlo, qué enfoque darle? ¿Se nos antojó una tarea demasiado ardua, demasiado vasta, demasiado compleja, y no encontramos las fuerzas necesarias para acometer semejante empresa? Fuera por lo que fuera, sirva este post para saldar de una vez por todas la mayor deuda que este blog siempre tuvo desde sus inicios, iría más allá, que sirva para intentar reparar la mayor injusticia cometida durante los más de 12 años y medio de andadura del Cadillac.

¿Qué ha cambiado ahora? El momento es inmejorable, cuando este 22 de septiembre de 2024 se cumplen justo 20 años (20 AÑOS, DIOS MÍO) de la emisión de su legendario primer capítulo. Pero si este post existe en más bien fruto de una casualidad, si es que se puede considerar así que hace unos meses a unos padres insensatos se les ocurriera la locura de ponerles el episodio piloto a sus hijos de, por entonces, 8 años. Más allá de que el capítulo fuera más o menos adecuado para su edad, lo cierto es que los críos se engancharon tantísimo a la serie desde el primer minuto que ya no hubo vuelta atrás. Comenzó así el primer revisionado completo de «Perdidos» para un servidor y su esposa (nosotros estamos entre aquellos que se engancharon tras devorar en un fin de semana sus primeras dos temporadas en DVD y, a partir de la tercera, ya la fuimos siguiendo pirateada semana a semana, como medio planeta), mientras nuestros vástagos la descubrían por primera vez. Fue entonces cuando caí en la cuenta, de ahí que hablara antes de casualidad, de que el 20 aniversario estaba más o menos próximo en el tiempo y empecé a fantasear ligeramente con la idea de escribir algo en el Cadillac si para entonces habíamos terminado de verla al completo, aunque parecía poco probable que fuera a dar tiempo. Pues no sólo ha dado tiempo sino que han sobrado semanas, ya que los Martín Fernández se acabaron tragando sus seis temporadas y 121 capítulos en un tiempo récord (el enganche fue tal que este año la tradicional gymkana familiar con motivo del noveno cumpleaños de los pequeños giró enteramente en torno a «Lost»… y aquí me toca presumir un poco porque la «Lostkana» que organizó un servidor estuvo tan currada que fue casi casi profesional). Sobra decir que la experiencia ha sido apasionante, inolvidable. Con todo esto, y con la serie tan fresquita en la memoria, no había excusa para no acabar trayendo por fin «Perdidos» al Cadillac, y qué mejor forma de hacerlo que rememorando sus 20 mejores capítulos, o los más relevantes, o aquellos que por un motivo u otro, una secuencia memorable, un giro de guión asombroso, uno de esos cliffhangers para la historia, se quedaron y quedarán para siempre en nuestra memoria. Ya iremos desgranando más cuestiones según vayamos pasando por estos 20 capítulos cuya elección, cómo no, el autor de este post acometió con la ayuda de sus hijos. Así que dejamos aparcado nuestro Cadillac Negro en el parking del aeropuerto, nos montamos en el vuelo 815 de Oceanic y despegamos:

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Anna B Savage: cuando la belleza derriba monstruos

16/10/2023

Pocas escenas musicales tan deslumbrantes hay en la actualidad como la que nos están brindando las islas británicas post-Brexit, todo un crisol de artistas que, respetando la tradición, están despuntando gracias a su imaginación, a su rabia más o menos contenida ante la situación nacional y mundial, su franqueza emocional y el desafío a los límites prefigurados. Fontaines D.C., Shame, Idles, Yard Act…, así podríamos continuar durante varías líneas. Y, entre todo este frondoso vergel, aparece una flor solitaria, apenas perceptible, pero de una belleza descomunal. Sin aparente relación con sus contemporáneos, pero con profundas coincidencias, surge Anna B. Savage, una cantautora que, sin haber alcanzado aún grandes cotas de popularidad, ya nos ha dejado dos de las obras más sugerentes de lo que llevamos de década.

Enfrentarse a la música de Anna B Savage no es tarea fácil, requiere de ejercer el arte perdido de dedicarse a escuchar un disco sin más distracción, o al menos alguna no muy intrusiva. No esperen bonitas melodías ni infecciosos riffs. El sonido de Savage se compone, en más de un 70 %, de su poderosa voz en primer plano, ya sea susurrando, recitando, cantando de una manera muy particular -en muchas ocasiones sin seguir el compás que le marca la música- y, solo en escasos momentos aunque muy significativos, alzando el tono. La británica tiene una voz particular: poderosa, con matices casi operísticos, recuerda a divas torturadas como PJ Harvey (en su versión más minimalista) o Beth Gibbons; se le ha llegado a comparar con Jeff Buckley (aunque no lo comparto del todo) y, sobre todo, se le puede identificar con Antony -actualmente ANOHNI-, ese talentazo que nos deslumbrara con «I’m a Bird Now» (2005).

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